OBITUARIO BONIFACIO DE LA CUADRA | Superlativo Boni



Un periodista superlativo, capaz de aprenderse de memoria la Constitución, o por lo menos de recitarla con igual pericia que los jueces que debían interpretarla, será recordado siempre por su diminutivo.

Pues Bonifacio de la Cuadra (Úbeda 1940), periodista de El País desde que este periódico se puso en marcha, en 1976, pasará a la historia con el diminutivo más querido del periodismo nacional: Boni. Su gran amiga, compañera en la agencia Pyresa y en el citado periódico, Sol Gallego, lo ha recordado en su diario de siempre por los méritos profesionales que lo adornaron, como redactor, como maestro, como corresponsal en el Parlamento y, sobre todo, como agudo intérprete de nuestra Carta Magna. Y Sol ha subrayado ese modo de ser llamado, por su diminutivo, desde el día mismo en que ya fue conocido en su profesión por los méritos que, precisamente, hacían superlativa su contribución a este oficio.

Nos lo enseñó a todos, pues el periodismo no tuvo secretos para él. Por algunas razones que no se aprenden en las escuelas, pero sin cuyas enseñanzas las escuelas no tendrían relación verdadera con la esencia del oficio. Él era, en la época en que informar suponía una obligación civil, un periodista que comprobaba para decir, y prolongó hasta el fin de su carrera profesional (desde 1976 hasta su retiro nunca dejó de pertenecer a El País) esa pasión por lo que se sabe de la verdad. Luchaba por ésta cuando fue, con Gallego Díaz, con José Luis Martínez y con Federico Abascal, para Cuadernos para el diálogo, debelador de lo que iba a ser la Constitución Española. Divulgó con esa compañía entresijos de lo que ahora forma parte de nuestra materia principal para la convivencia, y asistió a la afirmación patriótica más difícil de su historia (y de la historia) como demócrata y periodista. La intentona del 23F. Fue uno de los informadores de El País que estuvo dentro del edificio de las Cortes, arrostrando la posibilidad de ser expulsados por los asaltantes porque, eso recuerda Sol, él no dejaba de tomar notas para convertirlas en uno de los testimonios que luego formarían parte de sus libros y de sus enseñanzas.

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En este plano, aparte de profesar en las escuelas y en los corrillos, siempre apuntando desde el conocimiento, lejos de la manía presente que lleva a interpretar lo que no ha dicho nadie, Bonifacio de la Cuadra usaba la experiencia para advertir sobre el porvenir de la sociedad en virtud de las experiencias que él había compartido en épocas difíciles, cuando la información había que rebuscarla en los pantanos del silencio de la dictadura o de los años oscuros de la democracia.

Boni era, sobre todo, y antes de todo, una persona buena; su ironía audaz, hermosamente andaluza, siempre estaba a la espera de la inteligencia de los otros, por eso cuando acababa de escuchar se sentía libre para decir al menos la penúltima palabra. En tiempos en que la discusión parlamentaria fue sustancia de futuro, y ya no mera especulación sobre la influencia que el pasado tenía sobre el presente, esa sabiduría suya sobre los dos mundos, el de la dictadura y el que reclamaba la restauración de la libertad, fue un instrumento periodístico y civil de primera clase, de gran magnitud.

Esa actitud suya a favor del placer de saber informar, de aprender a informar, se refleja en su admiración por el periodismo ajeno, al que se refería con generosidad y sin remilgos. Su relación con los compañeros, que le llevaron, sobre todo, a compartir con Sol Gallego hallazgos decisivos para el oficio de su tiempo, me enseñó a mi, por poner uno de los múltiples casos, a transitar en lo posible por terrenos alejados de la envidia profesional. No fue, no fueron aquellos maestros aficionados al oficio de desdeñar el magisterio ajeno; fomentaron un aprendizaje que hizo mejores a los periodistas que vinieron, pues ellos también siguieron aprendiendo de lo que sucedía y de lo que ellos ayudaban a entender.

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Había un rasgo suyo que me vino a la memoria cuando, en el tanatorio, despidiendo hace tan poco a Ramón Lobo, un compañero me avisó de lo que estaba pasando con la salud de Boni. En ese momento recordé su manera de preguntar, cómo estabas, cómo veías la vida, esas cosas que nos preguntamos los periodistas cuando en realidad estamos hurgando en lo que pasa a nuestro alrededor.

Lo cierto es que tú sentías que te estaba preguntando todo eso que queda dicho, pero en realidad Boni sólo usaba los ojos para que tú sintieras que algo tendrías que decirle, sobre tu salud, sobre la evolución de tus ideas o, sobre todo, acerca de lo que estuviera pasando con las últimas noticias que sucedían por los mundos a los que él estaba apegado como periodista, como ser humano, como el buen ser humano que siempre fue. Mirándote a los ojos te había preguntado todo, y con esos ojos hizo el mejor periodismo que tuvo la España más difícil, y más feliz, de los decenios en que él fue un maestro superlativo e inolvidable. Inolvidable.

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