SUMA FLAMENCA MADRID | El fenómeno ‘Viva’ de Manuel Liñán



¿Cuánto tiempo tiene que estar una obra en cartel para que se considere un fenómeno? Es difícil de decir. En el flamenco, mantenerse cuatro años girando por el mundo con el mismo espectáculo no es habitual. Tampoco, que después de haberla representado en los principales teatros del mundo la obra siga despertando ovaciones de un público que despide al elenco en pie. Es lo que ocurrió este martes por la noche al bailaor Manuel Liñán (Granada, 1980) con su ¡Viva! en los Teatros del Canal de Madrid, como parte de la Suma Flamenca. Era la tercera vez que la representaba en el mismo escenario -la primera fue en febrero de 2019, su estreno- y lo hizo agotando todas las entradas en las primeras horas en las que se pusieron a la venta.

Cuando en la misma sala del mismo teatro es la tercera vez que se programa el mismo espectáculo, hay una parte del público que ya sabe a lo que viene. Muchos incluso repiten -no sabemos si para el actor Pepón Nieto y el director de cine Pedro Almódovar, anoche entre el respetable, era la primera vez-. Por si aún queda alguien que no sepa de qué estamos hablando, en ¡Viva! Manuel Liñán -Premio Nacional de Danza 2017- y su elenco de cinco bailaores –Manuel Betanzos, Jonatán Miro, Miguel Heredia, Yoel Ferrer y Daniel Ramos– se transforman en seis bailaoras para componer un cuadro de baile de mujer en el que lo que destaca es la energía, la fuerza, la rabia y la alegría, la picardía, el disfrute y el descaro. ¡Viva! es un espectáculo que no pide permiso ni perdón, y que, sin embargo, a su autor le costó poner en pie. “Yo tenía muy claro que quería hacerlo”, explica por teléfono a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA unos días antes de subirse a las tablas del Canal, “pero tenía mucho miedo, pensaba que a lo mejor no íbamos a trabajar mucho”.

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En Nueva York, cuenta, algunos espectadores fueron a verle ataviados con batas de cola. En Cali, recuerda, “antes de empezar la gente ya estaba cantando los temas que nosotros cantamos en el espectáculo”. En el Salder’s Wells de Londres, el público le ovacionó en pie durante tres minutos. ¿A qué cree que se debe tanto éxito? “Pues no lo sé, no me he parado a pensarlo”, responde. “La verdad es que nos hemos limitado a disfrutar”.

Eso es algo fácil de comprobar. Es un espectáculo dinámico, muy bien armado, con unos músicos en estado de gracia -el cante de Antonio Campos y David Carpio, la guitarra de Francisco Vinuesa, el violín de Víctor Guadiana y las percusiones de Kike Terrón-. El elenco, además, tiene mucha importancia. Hay un derroche de técnica, pero no se impone sobre la emoción. Liñán construye un discurso en el que se ceden los protagonismos -una soleá rabiosa de Miró convive con un paso a dos en el que se homenajea la danza española y la escuela bolera, unas alegrías con bata de cola y mantón del cuadro o unas malagueñas extremadamente personales del propio Liñán-. Hay mucha fiesta, y mucha complicidad entre los bailaores. “Una de las características que tiene esta compañía”, dice el coreógrafo y bailaor, “es que nos vamos contagiando de la energía de cada uno de nosotros y esto crea una emoción común”.

Desde que Carmen Amaya se enfundara unos pantalones para bailar a lo macho en los años 50 -no fue la primera, pero sí la más icónica- muchas han sido las bailaoras que han incorporado a su manera de hacer el flamenco elementos tradicionalmente considerados del baile de hombre -los zapateados, ciertos palos-. Pero lo que ha hecho Liñán, hombres vistiendo peluca, flor y peineta, corales, traje de volantes y tacones, no se había visto de una manera tan abierta, tan explícita ni tan completa hasta que en 2019 estrenó ¡Viva!. Él explica que es un anhelo que tenía desde niño, que mientras se formaba como bailaor siempre le corrigieron esa muñeca que se mueve de más, una cadera que se contonea demasiado, y que él desde niño lo que quería era bailar como Milagros Mengíbar. Tiene, por tanto, mucho de experiencia personal -que es fácil reconocer en algunos momentos de la obra- pero también algo de colectivo, de reivindicación de libertad y ruptura de los estereotipos asociados al género.

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Cuatro años después, lo que pensó que sería una obra sin mucha exposición es un éxito rotundo. Liñán ejemplifica la evolución que han vivido estos cuatro años así: “Al principio yo le pedía al elenco que no pintasen mucho, pero conforme ha ido pasando el tiempo cada uno se pinta como quiere. Para nosotros el ritual del camerino es especial, nos maquillamos muchísimo, como cada uno lo siente”.

Quizás el éxito de ¡Viva! también tenga que ver con el tipo de flamenco que muestra, de palos fácilmente reconocibles con toda su estructura intacta, con un sello personalísimo pero enérgico, vivaz y gozoso. Bien ejecutado y coreografiado, sin duda, con sus lunares, sus batas de cola, sus mantones y sus peinetas. Surge la pregunta, quizás, de si para quitarse un corsé, en lugar de meterse en otro, no sería más interesante quemarlos todos en la búsqueda de esa tan ansiada libertad.

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