Vivian Gornick: “Hace 30 años si alguien tenía una idea escribía una novela, hoy escriben sus memorias”



España ha descubierto tardíamente a Vivian Gornick, pero lo ha hecho con un entusiasmo que sigue sorprendiendo a la veterana escritora y periodista neoyorquina, una de las voces más estimulantes de la segunda ola feminista. Apegos feroces, escrita en 1996 y traducida al castellano en 2019, fue su exitosa puerta de entrada al lector español. Desde entonces, Sexto Piso y L’Altra Editorial han ido traduciendo sus ensayos, siempre escritos desde lo personal: de La mujer singular y la ciudadMirarse de frente o El fin de la novela de amor. El último, La situación y la historia. El arte de la narrativa personal, es un análisis del yo en la literatura escrito hace más de dos décadas en el que Gornick ya alertaba de los peligros de “caer en la poza del confesionalismo, la terapia sobre el papel y el ombliguismo puro y duro”. Hoy, en plena burbuja de la autoficción, tiene más sentido que nunca. 

P. Empezó a dar clases de escritura hace casi cuatro décadas, ¿qué aprendió y qué ha cambiado en todo ese tiempo?

R. Lo primero que aprendí es que no se puede enseñar a escribir a nadie. Quizá, algo, a leer. En general, los alumnos de hace 30 años y los de hoy tienen las mismas ambiciones y limitaciones. 

P. Hoy todo el mundo quiere contar su historia, ¿qué opina del boom de la literatura del yo?

R. Hace 30 años si alguien tenía una idea escribía una novela, hoy escriben sus memorias. La narrativa personal ha reemplazado a la ficción, para bien y para mal. Es algo que empezó hace casi 100 años, tras la Segunda Guerra Mundial, y que tiene que ver con la política y con los movimientos de liberación: hay mucha gente levantándose, dejando testimonio de las injusticias. Cuando el sentimiento de lucha es tan fuerte y abrumador, se considera que el testimonio personal es más legítimo que la imaginación. Pero si tu escritura no convierte tus memorias en algo más, no sobrevivirá. Sólo la literatura sobrevive. La mayor parte de memorias nunca serán literatura. Pero no pasa nada, la gente también solía escribir novelas realmente malas antes. Hoy llaman de una forma distinta, autoficción, a lo que se ha hecho siempre. Es el caso de Annie Ernaux.

P. ¿Qué le parecen sus libros?

R. Creo que tiene una forma imaginativa de describir su propia experiencia, sus libros me resultan familiares. No me parece que haga nada especialmente nuevo, pero estoy sola en esto, todos mis amigos la adoran. Reconozco mucho sus virtudes, hace que sus lectores sientan lo que ella siente y eso es una señal de éxito. No creo que haya inventado nada. Tampoco entiendo demasiado bien por qué la llaman novelista. 

“El sentimiento de desconexión emocional y alienación recorre todo Occidente”

P. Una de las palabras que más se repite en su ensayo es “desapego”. ¿Por qué es necesario?

R. Desapego es una palabra complicada, no me refiero a que el escritor no se tenga que implicar o tenga que ser frío. Me refiero a que tiene que existir el suficiente distanciamiento con lo que escribes para que puedas tener una visión amplia. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Si sientes dolor mientras escribes, no estás en un buen sitio. 

P. ¿Cómo logró eso al escribir sobre la relación con su madre en Apegos feroces?

R. Tuve que luchar mucho por verla como ella se veía a sí misma. Eso significaba que tenía que dejar de estar enfadada con ella todo el tiempo, sintiéndome siempre agraviada, como la víctima de la relación. Tuve que dar un paso atrás para poder verla a ella y comprender cómo veía ella las cosas. 

P. Se han estrenado hace poco dos películas en España donde se mencionan sus libros [Creatura y Las chicas están bien] y un ensayo [Las hijas horribles] que la sitúa como inspiración, ¿cómo vive este éxito tardío?

R. Oh, me siendo muy sorprendida y agradecida. Por otra parte, tengo 87 años, soy demasiado mayor para tomarme ya nada en serio. Me hace feliz por lo que supone para el despertar de miles de mujeres en España y los países de habla hispana. Lo encuentro divertido. La cuestión no es cómo me afecta a mi, sino al revés: ¿qué significa que libros escritos hace décadas estén encontrando tantas lectoras entusiastas ahora?

P. En su ensayo reflexiona sobre las distintas voces a la hora de escribir. Habla de un yo estadounidense y de un nosotros europeo. 

R. El sentido estadounidense del individualismo es abrumador. Es muy poderoso, para lo bueno y para lo malo. Cada cultura tiene elementos que asfixian y oprimen, y en Europa el sentido de la familia, la religión y la obligación pública es mucho más poderoso que en Estados Unidos. Esa es la razón por la que los movimientos de liberación siempre surgen antes aquí, no porque tengamos un mayor sentido de la justicia social. La injusticia es algo que duele, duele y duele durante generaciones. Hasta que estalla y sale a la superficie. Y eso suele ocurrir antes aquí porque la presión sobre el individuo es salvaje. 

P. ¿Qué opina de la literatura escrita hoy por mujeres? Está llena de ansiedad y alienación. 

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R. Sí, es algo que veo en las novelas escritas por mujeres jóvenes en Estados Unidos, Francia, Inglaterra… el sentimiento de desconexión emocional y alienación recorre todo Occidente. Es algo parecido a lo que ocurrió con el movimiento feminista en los 80: todas estábamos conectadas y nos sentíamos involucradas y cuando terminó, todas volvimos a la sensación de aislamiento que los demás experimentan hoy. Sentirse desconectado emocionalmente se ha convertido en un estilo literario. No puedo añadir mucho más. 

“Con el movimiento feminista en los 80 todas estábamos conectadas y nos sentíamos involucradas y cuando terminó, todas volvimos a la sensación de aislamiento que los demás experimentan hoy”

P. Pero los hombres no escriben sobre eso.

R. No. Tampoco es que escriban grandes cosas. Escriben sobre lo muy decepcionados que están con sus vidas. 

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P. Como judía, ¿cómo está viviendo la guerra en Gaza?

R. Es desgarrador. Siento que los judíos y los palestinos se van a destruir unos a otros. El ataque fue horrendo y la respuesta israelí fue horrenda. Siempre tuve el sueño de que Israel adoptara una posición más parecida a la de un estadista en relación con el conflicto, que no respondiera constantemente con fuerza militar a cualesquiera que fueran las provocaciones. Las cabezas de los palestinos estarán llenas de sangre hasta que no tengan un estado. Todo el conflicto ha ido más allá del discurso racional. En Nueva York se está viviendo con amargura, tenemos manifestaciones constantes a favor de los palestinos y de Israel. Los estudiantes judíos están siendo atacados en las escuelas. Es una pesadilla. Firmé una carta abierta en la que se exigía que se pudiera fin a la ecuación entre las críticas a Israel y el antisemitismo. Pero no he firmado nada más, ¿quién soy yo para exigir a Israel la paz en Gaza? 

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