Butacas vacías y caída de mecenas: Bayreuth, ante los primeros síntomas de agotamiento



Probablemente Bayreuth (Alemania) sea, junto a Wacken, “lo más alemán” que ofrece en cuanto a festival el verano europeo. A Bayreuth, en Baviera, acude todos los años la elite wagneriana desde casi siglo y medio, del 25 de julio a finales de agosto. A Wacken, un idílico pueblecito del norte, se viaja en la primera semana de agosto a por el heavy metal puro. Son dos festivales de rituales diamentralmente opuestos -cierta etiqueta en el operístico; tatuajes, chalecos de cuero y demás estética heavy, en Wacken-. Pero son de algún modo identificables como representantes de la “alemanidad pura”, base del atractivo que les convierte en lugar de peregrinación anual para wagnerianos o heavys de todo el mundo.

Ambos festivales, el de ópera como el metálico, se vieron sacudidos este 2023 por tormentas torrenciales. En Wacken, una cuarta parte de sus 85.000 fieles se quedaron sin poder acceder al recinto, convertido en un barrizal. Los que lo lograron se pusieron de barro hasta las cejas. Pese a las dificultades, las entradas para 2024 se agotaron a las dos horas de abrirse su venta.

Butacas vacías

Al de Bayreuth llegó todo el mundo a su butaca… pero alguno se encontró con la sorpresa de que la de al lado estaba vacía. Que siguieran a la venta las entradas online para las sesiones de El anillo del Nibelungo llenó los comentarios de sus entreactos –de una hora de reloj, otra tradición de la casa-. Que esa siguiera siendo la situación hasta el cierre de la temporada, este 28 de agosto, causaba ya algo más que extrañeza. Hasta hace una década, Bayreuth presumía de unas listas de espera de hasta 15 años para las casi 2.000 butacas del viejo teatro construido en 1872. Su temporada es corta y absolutamente codiciada. Con el paso a la venta online se aligeró un poco el suplicio de la espera. Pero seguían agotándose todos los contingentes.

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La gerencia aumentó el precio de las entradas cerca de un 6 % –el nivel de la inflación media de 2022, explicó el festival-. Sigue siendo, sin embargo, más asequible que otros equivalentes –como Salzburg–, con localidades que van de los 350 a 210 euros, según categorías y piezas.

Wagneridad aumentada

Katharina Wagner, biznieta del compositor y directora del festival desde 2008 –primero en dirección colegiada con su hermanastra Eva Wagner-Pasquier y desde 2015 en solitario–, diseñó la temporada que ahora termina bajo el signo de la renovación. La abrió el Parsifal dirigido por Pablo Heras-Casado, el primer español que dirigía en el mítico foso de Bayreuth después de que Plácido Domingo lo hiciera con La valquiria en 2018.

Domingo escuchó algunos abucheos, mientras que Heras-Casado triunfó pese a que el concepto escénico de Parsifal fue todo lo contrario a exitoso. La ocurrencia de su artífice, Jay Scheid, de colocar a parte del público gafas de realidad aumentada –AR– no gustó ni a los que las llevaban –uno de cada cinco– ni a los que se quedaron sin ellas. Los primeros, porque la realidad virtual se convirtió en un estorbo; los segundos, por la sospecha de que tal vez se perdían algo. Al final no estaba claro si el privilegio consistía en disponer de las gafas AR o lo contrario.

Renovadores versus ortodoxos

Heras-Casado fue uno de los cinco maestros al frente de la orquesta de Bayreuth en esta temporada, todos ellos representantes de una generación de renovadores wagnerianos. Por primera vez en un cuarto de siglo no dirigía en la casa Christian Thielemann. La francesa Nathalie Stutzmann debutaba como el español en Bayreuth y se llevó una ovación de las que hacen historia por su Tannhäuser; el finlandés Pietari Inkinen brilló con El anillo; la ucraniana Oksana Lyniv lo hizo con El holandés errante y el alemán Markus Porschner con Tristán e Isolda.

La elección de los cinco maestros, entre ellos dos mujeres, fue un acierto. Katharina cumplió con el desafío de la renovación sin sacrificar la seña de identidad de festival, que es el culto en exclusiva a Wagner. Como viene siendo desde que el compositor levantó en esa ciudad de provincias bávara el teatro para sus óperas financiado por el ‘Rey Loco’, Luis II de Baviera.

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¿Por qué entonces esas butacas vacías? Los huecos aquejaron sobre todo a El anillo, la producción en ‘formato Netflix’ de Valentin Schwarz que en su estreno en 2022 desató atronadores abucheos. Este año las reacciones, aunque adversas, fueron menos virulentas. Las entradas online se ofrecían incluso por separado para cada una de las piezas de la tetralogía, sin necesidad de adquirir el paquete de cuatro, una blasfemia para la ortodoxia wagneriana.

El presupuesto se tambalea

Sobre Bayreuth planea la pregunta de si se agotó la fórmula de insistir únicamente en el repertorio de siempre. Katharina Wagner tiene pendiente la renovación de su contrato, que expira en 2025. Un año después se conmemorarán los 150 años de existencia del festival. Todo apuntaría a la continuidad. Pero las estructuras financieras cambiaron. Y también las sumisiones. Hasta ahora, el Land de Baviera, junto con el Estado federal y la Sociedad de los Amigos de Bayreuth –que agrupa a mecenas– tenía cada uno un 29 % de participación en el festival, lo que suponía una aportación de 3 millones de euros por cabeza. El resto era competencia de la ciudad de Bayreuth.

A finales del año pasado, los mecenas anunciaron que reducían su parte. Baviera respondió subiendo la suya al 37 %, lo mismo que el Estado federal. Mientras que para el gobierno bávaro no hay dudas de que debe seguir a cargo “de un Wagner”, para la ministra de Cultura, la verde Claudia Roth, es el momento de cuestionarse esa sumisión. “Hay que mostrar valor e introducir cambios en las estructuras históricas de Bayreuth”, afirmó recientemente.

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Tambores de pre-guerra

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Que una ministra del gobierno federal trate de dictar las normas al tradicionalista festival sería una afrenta en otros tiempos. Pero Roth es tan bávara como Bayreuth. Los orígenes musicales de la ministra ecologista están más cerca del heavy que de la ópera -fue manager y novia de un miembro de una iconoclasta banda rock llamada Ton Steine Scherben-. Pero es asidua a Bayreuth desde mucho antes de entrar en el tripartito entre socialdemócratas, verdes y liberales de Olaf Scholz, y se puede permitir incidir en el debate. Aunque no es la más ilustre wagneriana del ámbito político alemán. Esta categoría está reservada a Angela Merkel, quien acudió al festival siendo la jefa de la oposición conservadora, en sus 16 años como canciller y tras retirarse del poder. Pero a Roth se la considera parte de la familia.

Su frase se interpretaba como el pre-anuncio de otra guerra de sucesión. Bayreuth ha estado siempre dirigido por algún descendiente de Wagner o cónyuge de éstos –como Winifred Wagner, esposa de Siegfried Wagner, británica y adoradora de Adolf Hitler–. Katharina protagonizó un duro pulso con sucesivos parientes por la sucesión de Wolfgang Wagner, su padre. Tiene ahora por delante la pugna por renovar, o no, su contrato.

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